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Cuando el Riesgo Deja de Ser Excepción y se Vuelve Regla: El Peso Oculto del Contexto en los Accidentes Fatales

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Marcela Peterson


La tragedia no siempre proviene de un error evidente. Muchas veces se construye poco a poco: con la inexperiencia tolerada, un vehículo mal mantenido, carreteras llenas de baches o la falta de fiscalización. Es común culpar a un acto aislado por un accidente, pero detrás de las estadísticas hay patrones más profundos: el contexto tiene más fuerza de la que solemos admitir.

Los jóvenes al volante, por ejemplo, no son solo inexpertos: son estadísticamente más propensos a provocar accidentes fatales. La combinación de poca experiencia, exceso de confianza y baja percepción del riesgo crea una zona de alerta constante. No se trata de culpar al individuo, sino de un sistema que los expone sin preparación, sin entrenamiento y sin protección adecuada.

El tiempo de conducción también importa. Conductores con menos de cinco años de experiencia tienen mayor probabilidad de estar involucrados en accidentes con muertes. En estos casos, la práctica no es solo una ventaja, es un factor de supervivencia. Más que castigar errores, es necesario repensar cómo preparamos a las personas para situaciones críticas en el tránsito.

Otro punto frecuentemente ignorado: el estado del vehículo. Automóviles con más de diez años duplican el riesgo de causar muertes en accidentes. La antigüedad suele pasar desapercibida en las políticas de fiscalización, pero su impacto es directo. El mantenimiento deficiente, fallas mecánicas y estructuras frágiles convierten incidentes menores en tragedias.

Y no podemos olvidar la geografía de la muerte. Algunas zonas son más peligrosas por naturaleza: áreas residenciales, espacios públicos, intersecciones mal diseñadas. Donde hay mayor circulación peatonal e infraestructura deficiente, el riesgo se multiplica. No se trata solo de dónde ocurren los accidentes, sino de cómo el entorno urbano contribuye a su letalidad.

El horario también revela patrones incómodos. Las tardes—en teoría más seguras por la visibilidad y el orden del tránsito—concentran más muertes que la madrugada. Puede parecer contradictorio, pero refleja el cansancio acumulado, la prisa y la sobrecarga del sistema vial en las horas pico.

¿Qué nos muestra todo esto? Que el análisis aislado de factores no es suficiente. Es el conjunto, la acumulación, la superposición de vulnerabilidades lo que define el desenlace de un accidente. En este sentido, culpar solo al individuo muchas veces oculta fallas estructurales. La muerte en el tránsito rara vez es producto del azar; en muchos casos, es el resultado de una arquitectura del descuido.

El cambio real exige más que campañas educativas. Requiere políticas públicas basadas en evidencia, fiscalización activa e inversión en infraestructura segura. Porque las vidas no se están perdiendo solo por imprudencia, sino por riesgos previsibles que seguimos ignorando.

 
 
 

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